3/12/2014

Titulaciones

I

—Y «el infinito nos alcanza a todos»?
—Psss.
—¿Y «el infinito y medio?»?
—Psss.
—¿Y «el infinito según se mire»? No, no, mejor: «el infinito, ese gran desconocido»?
—¡Y dale con el infinito de los huevos! Cuando te ataca lo universal resultas muy cansino, Bartolo, que lo sepas.
—Y tú muy rayente cuando buscas título. Que también lo sepas. Quién me mandaría a mí meterme en tus vericuetos, que lo tonto se contagia como la mala peste y las muelas picadas. ¡Vete con Dios, mala estampa, esaborío, porque el diablo no te soporta!




II

—¿Y con qué anda peleado?
—Dice Manolita que con el título.
—¿El título de quién?
—El título de un libro, mujer.
—¿A su edad escribiente?
—Coño, ni que fuera a cumplir los 90.
—Tampoco los 20, Manolita, tampoco los 20. Mira que estos trapicheos, con el cuerpo mozo, mejor o peor se torean, pero cuando se allega la edad, ¡ay, cuando se allega la edad! Que la edad es muy remala y dañina, Manolita, lo peor que se ha inventado, que con la edad la peca se agranda a verruga y el picor a reúma. Fíjate tú las paperas. Más de dos y de tres que agarraron las paperas con la barba echada quedaron endebles de sesos para los restos. Acuérdate de lo que te digo, Manolita, acuérdate.
—Pero corto ya es de por sí, sin necesidad de que le saquen el libro.
—Quitando la muerte toda dolama puede ir a peor.
—¡Hala con la muerte! ¡Qué ganas de mentar cuervos y lutos tienes, chiquilla!




III

—Da susto: achaparrado y comiéndose la cabeza.
—¡Mira que como se mate!
—¿Y por qué se va a matar?
—¿Y por qué no? Un tonto está para hacer tontás y puede más un tonto entretenido que una yunta de bueyes: eso lo pregonaba mi abuelo y son las dos verdades que sostienen el mundo.
—Pero ¿se endroga otra vez?
—Manolita dice que caga duro.
—Escuchadme bien, estos malestares y calenturas, y las otras polleces que arrastra en la vida, le vienen de donde le vienen.
—¿De un mal aire?
—De leer, Indalecio, de leer. Porque en el leer, como es mecanismo de la cabeza, aunque no te lo propongas, piensas. Y de pensar a no sacarle utilidad a la vida va el salto de un piojo.
—Ahí, ahí, que si nos hubieran concebido para pensar nos habrían puesto la cabeza donde la entrepierna.
—O injertado tres cabezas, como los pulmones.
—O treinta, como las costillas.
—Y si tenemos una sola cabeza, y donde menos le luce al cuerpo, por algo será: para cavilar un ratico al caer la tarde, o mientras se mea, y después a por lo que de verdad no estorba.
—¿A meneártela?
—O a lo que encarte. Que somos lo que semos y estamos hechos de mantecas. Y esto… ¿a qué venía?
—Que se le ha atragantado un título y lo tiene comido de angustias.
—¿Otra vez se endroga?
—Que no, que dice Manolita que caga duro.




IV

—Cienes y cienes de veces te lo dije, Manolita, cienes y cienes de veces: búscatelo regular que los buenos no existen.
—Qué cruz, Manolita, qué cruz te ha tocao. Y eso que tenías a medio pueblo pisando por donde pisabas, chiquilla. Que de habérsete antojado un dentista, un dentista habría llamado a tu puerta.
—Los queriendos tienen eso: ven lo que quieren ver.
—Vamos, que enseñan a los ciegos a no ver.
—¿Y por qué no lo descambias por otro, Manolita?
—Le habrá cogido cariño.
—¡Ay, el cariño, maldita maldición! Del amor todavía se cura una, ¿verdad, Manolita? Que lo escuchas una noche aliviarse el vientre en dos pedorretas y ya tienes el amor remediado. Pero el cariño, ¡ay, el cariño!, ¡se agarra como sanguijuela honda, el tunante!
—En fin, Manolita, qué cruz te ha tocao, qué cruz.




V

—Pero él se lava, ¿no, Manolita?
—Que sí.
—Pues entonces no te quejes, que todo se le soporta al hombre menos la olor.
—Y el roncar en sinfonía.
—Y la mucha cantina.
—Y el trasnoche verbenero.
—Y las manos largas.
—Y el fandango corto.
—¿Y si lo llevaras al médico, Manolita?, a que le hagan unos análisis. Los análisis enmiendan cualquier achaque. Es ciencia más grande que los milagros. ¿Eh, Manolita, por qué no lo llevas a que le hagan unos análisis? Porque lavarse me dijiste que se lavaba, ¿no, Manolita?
—Que sí, leñe.
—Entonces yo probaba con los análisis. Si se lava, yo probaba con los análisis.




VI


—Degüellas una gallina, afiebrada o secas de carnes, que los satánicos semos malos pero no derrochadores. Con el pescuezo rebanado, a modo de brocha ensangrentada, vas pintando por las paredes emblemas del apocalipsis por venir, alfilerazos al niño Jesús, al chomino de la Virgen María, porculos a los trece apóstoles, y cualquier garabato feo que se te pase por las mientes, que el señorito, a espabilado, le gana al hambre, y entiende hasta los idiomas recién inventados. Luego haces gárgaras con aguardiente arisco y peleón, y cuando tengas la voz arañada a contrapelo, y solo entonces, recitas los padrenuestros negros que te enseñé. Del derecho y del revés. Al cuarto se asomará. Lo tratas con respeto pero sin peloteos, que no se puede engañar a quien patentó el engaño, y sin arrimarte en demasía, a una distancia prudencial de los pitones, vaya que sin queriendo o de voluntad te aviente una corná, le explicas la dolama que te quita el sueño.
—Pero… ¿sabrá titular?
—¡El que más, joven padawan, el que más!




VII

—«Lo material como fuente inagotable de materia; método para la vertebración de una supraconciencia neoespiritual que preñe de incorporeidad nuestro cotidiano existir y lo derive hacia regiones místicas donde se anclan las Siete Potencias del Ser Primordial».
—Y digo yo, señor boticario…
—Diga usted.
—… la propuesta de título posee un tonelaje que apabulla, no cabe discusión, pero ¿qué relación guarda con lo escrito?
—No me salga usted ahora con que el título ha de aludir al texto.
—Hombre…
—¡Cuánto moderno, por Dios, cuánto moderno!
—¿Y «La Bella y la Bestia»?
—Está cogido, Venancio.
—¿Y «Aladino»?
—También.
—¿Y «La Sirenita»?
—Lo mismo, Venancio.
—Jo, se han quedado con todos los buenos. ¿Y «Buscando a Nemo»?
—Yo los títulos no me los leo. Para que así el libro me pille de sopetón. Es que los títulos echan a perder los libros, que lees «Guerra y paz» y ya capaste al gorrino, porque un cuento con el final sabido no entretiene ni al amigo ni al vecino.
—«Los de Cornalejo son unos ceporros».
—Pero cómo voy a titular así, alma de cántaro, ofenderé a los del pueblo de al lado.
—Los de Cornalejo no son personas. Les falta conocimiento.
—Que no.
—Bueno, pues «Cuánto hijoputa y qué bien vestidos que están».
—¿Y eso a qué viene?
—A lo que venga. Pero ¿tengo o no tengo razón?
—Sigue sin haber relación con la sustancia de lo escrito.
—¡Y dale con lo moderno! ¡Que lo moderno está más antiguo que el mear a favor del viento, rediós!




VIII

—Pues visto a lo lejos no parecía bicho tan raro.
—Porque desde lejos las olores no te llegan. Y todos somos la misma persona: con dos piernas, dos brazos y por encima una cabeza.
—Y saludaba con educación, ¿eh?
—Y daba su tabaco.
—Y miraba a la Genara cuando se agachaba.
—Vamos, lo que cualquier persona en sus cabales. Pero fue liarse con eso del título y acabar con las tripas revueltas y engurruñado, como enfermo que ya ha traspuesto las penúltimas.
—Mala cara tiene, sí.
—Coño, la de siempre, que lo feo no llega a dolama.
—¿Y si se estuviera muriendo, y estos arrebatos fueran los pataleos del que oye sus campanas de difuntos?
—Morir, lo que se dice morir, aquí nos estamos muriendo todos los vivos. Que solo el fiambre no camina hacia su tumba.
—Que no, que lleva con estas cruces demasiadas semanas. Y un costoso morir es señal de buena salud. Porque o te mueres en un repronto, aquí te pillo aquí te mato, o aguantas viviendo lo que no está escrito. Como mi consuegro Landelino: empezó a morirse a los 66 años de un patatús que le estropició la mitad derecha del cuerpo y no le dimos sepultura hasta los 96. Y todavía durante la extremaunción, ya con pierna y media en el otro barrio, se le puso tan tiesa que don Bartolo, el párroco, mandó un intermedio porque a aquello le faltaba seriedad: «me allego con el óleo sagrado después de la siesta, a ver si por entonces anda menos verraco». Tal que así dijo. Pues bien, ni después de la siesta, ni al otro día, ni al siguiente, que bajó bandera a la semana y media el condenao.




IX

—Manolita, ¿y si se te hace moro? El cuñado de la Josefa, otro también de la capital, se acostó un lunes tan católico como el Papa y a la mañana del martes se despertó moro de la morería, comulgando con la hostia de Mahoma y poniéndole velitas a sus santos.
—Pero el cuñado de la Josefa está más hecho, con más estudios y formado. ¡Este es una piltrafilla!
—Y se le nota faltón y poco puesto en dioses.
—Quita, quita, cuando un dios te coge cornuda y con la factura de la luz por pagar, ¿quién no cree?
—Tú no te angusties, Manolita, en caso de que se te hiciera moro lo sabrías. Los moros le echan jamón a todo. Al gazpacho, a las morcillas, a los entremeses…
—¿Los moros?
—Sí.
—¿Los moros comen jamón?
—¿Los moros de aquí?, ¡y tanto! Los moros de otras religiones no te lo sabría decir, mujer, pero los moros de aquí… ¡y tanto! Dejan los huesos pelados: maza, contramaza, babilla, jarrete y punta.




X

—«Más vale permanecer callado y paracer tonto que abrir la boca y despejar todas las dudas». ¿Y con ese refrán se queda?
—Pues sí.
—¡… y qué te podías esperar de quién no elucubra como manda el rodar del mundo! Que elucubrar va delante de lo primero, Manolita, y si no se elucubra en condiciones, pasa lo que pasa.
—¡Pero qué tontá!
—Pues sí.
—… el Ruiz, bajando la calle de la botica, como elucubraba malamente a distancia, atropelló con el tractor a los que estaban sentados a la fresca. ¡A siete embistió!
—Tanto comerse cruda la cabeza para esto.
—Pues sí.
—… y el Gandía, ¿os acordáis?, de no elucubrar como las personas católicas y decentes le salieron unas ronchas feas por donde mean los hombres y no aguantó entre los vivos ni dos meses.
—Esto lo cuentas y no te creen.
—Pues sí.
—… y al niño de la Dominga, porque elucubraba torpón y con algo de cojera, la vaquilla de unas fiestas lo corneó y lo dejó inválido permanente cerca de tres años.
—Nunca hay que pedirle peras al olmo.
—Pues sí.
—… que sin elucubrar con potencia y derechura se llega a pocos sitios, Manolita, a muy pocos.
—En fin, tanto rabiar de dolor en el parto para luego acabar todos comidos de gusanos.
—Pues sí.




.

0 Comentario: