2/11/2015

Otro indispensable día sin importancia

«Me sonríe mi pena»

Cobraba las pajas de su hija a tres talegos. Fijaba dos condiciones: que los clientes olieran a lustre, que su casa no la atufaban apiojados, y que no resabiaran a la cría con mimos y regalitos; frigodedos, Barbis o casitas de Pin y Pon. Pa la habitación y pa fuera.

—¿Cómo estamos, doña Marieta?
—Regulera, con los reúmas greñudos.
—¿Paso?
—Pasa, pasa... ¡Irene!

Irene aprendió el oficio como en una cadena de montaje. Triste. Y ahí residió su éxito, porque a los tíos les emborricaba su carita nublada. Su eterno enfurruño de niña que impedía que los años le sumaran edad. Le venían a por el tema de Salamanca. Y de Bilbao. Y se pregonaba que un americano, uno del consulado yanqui.

En el instituto la triste Irene era el sueño de todos. La rondaban incluso los gitanacos ricos, los de Can Verd, con sus oros y Seats Panda. Pero no. La triste Irene no daba bola a nadie. A duras penas sus amigas y vecinas arribaban a los «¿viste el Precio Justo?», «¿me prestas los apuntes de Lite?», «abrígate que anuncian nevadas».

Y sí, un noviembre nevó. Se heló el patio del instituto y Gabi, el hijo del Galleguiño, el chatarrero, parodiando a los del patinaje artístico, resbaló y se pegó un talegazo del copón.

Pero del copón.

De haber existido internet peta el youtube.

Y cucha tú por donde, Irene, que asistió al porrazo, se descojonó. Con unas carcajadas de princesa de cajita musical. La peña, asombrada, no le quitaba ojo, flipando lo mismo que con un ovni. Gabi se sintió especial —el tipo que había alegrado a Irene, casi ná— y le tiró los tejos. Con pulso de relojero, ¿eh?, que no podía permitirse ninguna cagada.

En el vertedero del Pardal compartían sus miserias, ponían a parir a sus viejos y se morreaban con mucho filete o poca lengua si ese día Irene trasteó clientes.

—Que no te comas el tarro, tía, que no eres puta. Que eres puta cuando las pajas las trajinas con el chichi. ¿Tú has trajinado pajas con el chichi? Pues eso, tu chichi está reluciente.
—Y para ti.
—Y para mí.

Vapores de escombrera arbolaban el vertedero. Y el sol se introducía en el horizonte montañeado de chatarras como una moneda de 20 duros en las tragaperras del casino Águeda.




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