2/13/2018

El Fin del Mundo de cada día (fragmento I)

Errar es exponerse a la intemperie. Sucumbir a sus procesos oxidativos. La pérdida. El desamparo. La locura. Porque no nos engañemos, mi Coja, la locura no se anuncia. No la expenden en psiquiátricos de neón. No trata de endosarte una milagrosa sartén antiadherente. O insiste e insiste para que te cambies a Jazztel. La locura nos late. Es nuestra compañera de piso. Que no dice ni mu en años. Y un borrascoso domingo de extravío opina sobre el tiempo. Otro sobre los nefastos fichajes de los Lakers. O el peso de los mercados financieros en el horizonte político internacional. Y a lo último se encarama al estrado, se apropia del uso de la razón y la palabra, y ya no hay Dios que le cierre el pico.

El lenguaje te mantiene arraigado a un código. Te engarza a una sintaxis, lógica delineada sobre el suelo del hospital. A eso me acogeré. Tampoco es antídoto para la chifladura, pero sí una tabla de náufrago sobre la que freírte un par de huevos y disfrutar de las vistas.

Siempre y cuando tu puto compañero de piso no entre en tu habitación y te lea el diario.








Tørbjørn Rødland

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