Juan Antonio no era ningún rey del fiestuco, ni enrollado, ni vacileras, ni tenía contactos en los infiernos. Como tampoco tiraba cohetes cuando nos presentábamos en su casa para apuntarlo a nuestras movidas. Nunca se negó, y si algún viernes puso reparos, se dejó convencer manso. Tan modosito, tan pichafloja, tan sin alzar la voz. Y la verdad, por muy pegado a las faldas que lo lleváramos la mayoría de nuestros desparrames seguían acabando como era tradición: en bronca, en piñazo por los polígonos de la Margarita, en el cuartelillo de los picolos o —si el pastilleo fue descomunal— en una dimensión paralela donde guisantes verdes con batas de cirujano nos trinchaban los higadillos. Pero nosotros erre que erre, no arrojábamos la toalla; por una vez en nuestras vidas, por una puta vez, pese a lo improductivo del método, escogimos pasar por el aro, y siempre que bebíamos, bebíamos con Moderación.
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4 Comentario:
Siempre hay una primera vez...con o sin moderación! ;)
Besos.
Míster, la bebida es la saliva del diablo.
Me apunto al ser o sí ser. Me gustan estas prosas canallas.
Salud
y se rompió la magia y juan antonio se desmadró.
Un beso
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