3/21/2016

La selva en mí

Donde vivía de crío no había agua corriente.
Debíamos acarrearla en cántaros.
Con una borrica.
A la fresca de la amanecida.
El polvoriento sendero del manantial,
entre olivares y olivares que secaban la vista,
se recorría,
al paso de la borrica,
en hora y media.
Ir
y volver.
El viaje de ida,
con los cantaros vacíos,
lo hacía montado en el animal.
Y la fresca que se agriaba a calores demonias.
Y los grillos a chicharras.
Y el cloqueo de gallina vieja de las herraduras.
Y los moscardones bravos.
Y yo,
adormilado,
a lomos de la borrica.
Cuarenta años trillándose ese sendero.
Cuarenta años.
Siendo pollina con mi abuelo,
luego mi padre,
conmigo.
El animal se sabía los nombres y apellidos de cada repecho,
hoyo,
zarza,
bancal.
A muchos los vería nacer.
Cuando paraban los ajetreos
—como un reloj—
habíamos alcanzado el manantial.
Me espabilaba.
Desmontaba.
Llenaba los cántaros.
Y de vuelta al cortijo.
Ahora a pie
que agua y yo éramos ya demasiada peso.

Una mañana la borrica se detuvo.
Puse pie a tierra con la habitual soñarrera.
Fui a descargar los cántaros,
pero
no habíamos llegado al manantial.

Mansa tenía los ojos de una mujer morena.
Y miraba como quien entiende
las matemáticas del alba.

Se movió despacito hacia la cuneta.
A la querencia de la sombra de un olivo.
Se echó
igual que están echados los asnos en los portales de Belén.
Y se murió.

Con los ojos abiertos.
Como mueren los dioses buenos.








Steve McCurry

2 Comentario:

P MPilaR dijo...

con el cántaro a cubierto
como ni a manantiales ni a acarreos ni a borriquillas ni a dioses
les da por apearse.

-jamás lo hicieron-

bss

(es este poema digno de mensurarlo genial)

tecla dijo...

¿Y no te miraste en aquellos ojos de azabache como decía J. Ramón Jimenez?
Adónde habrán ido a parar los borricos cuando cae la nieve y caminan sonámbulos por esas azadas vacías.