Lo que se hace a la vista no demanda recibo, aval o membrete que lo testifique, y el pueblo y su «qué dirán», que en otras pendencias arremetía como morlaco de seis pitones y no dejaba títere con cabeza, en esta ocasión sobreseyó el juicio, los chismes y las puyas por encima y por debajo del mantel. Sin embargo, Anita, la novia, por aquellas fechas muy preñada, prefirió pudrirse en pecado que pasar de nuevo por la vicaría con la barriga por delante, como las perdidas. Aparte de que la pareja no tenía ni tiempo ni ganas ni cuartos para pedir otra ración de curas y leguleyos. Y el percance se arregló sin arreglo. Ya de viejos saldaron el pleito y casáronse en segundo intento. Por el temor, comprensible en ese trecho del camino, cuando se atisban en lontananza las penúltimas, que al otro lado sí llevaran la cuenta de los papeles.
Elliott Erwitt |
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